Los acontecimientos de la vida se dan en la fuente infinita del suceso continuo.
Corren como agua al río sin preguntar o pensar si es bueno o malo, se dan por que siempre han sido y serán. El hombre es quien pone nombres o conceptos a los sucesos, que con afán quieren atraparlos, manipularlos, cambiarlos, pero estos se diluyen como el agua en mano para llegar a donde tienen que llegar; sea con un resultado conveniente o no para los involucrados.
Comprender y aceptar que uno solo es el observador de lo que acontece y poner la atención de cómo nos involucramos en ellos es lo que más cuesta trabajo llevar a cabo.
No estamos abiertos al misterio de la vida que va a desarrollarse en cada uno, todo queremos saber o entender para darle gusto y satisfacción al ego, a la identificación con los objetos.
Y aún más, que difícil y perdida de energía, es estar en esta lucha constante de ir contra la vida que finalmente se convierte en una guerra despiadada contra sí mismo.
Queoquina.