Diez de mayo, día de la madre dicen por ahí,
Me recuerda a Flora la nana, que sin haber concebido ningún hijo en su vientre, hizo de muchos niños, hijos suyos.
Dedicada como cualquier madre amorosa, con sus cuidados en todos momentos, por las mañanas para que los niños salieran a la escuela. Cuando la enfermedad se presentaba, se quedaba al pie de la cama para velar el malestar del niño.
Recuerdo sus manos grandes y toscas llenas de amor, era callada, sabía observaba sin decir palabra, todo lo hacía con calma nunca había prisa.
Era la primera en levantarse y la última en ir a dormir.
Amaba a los pájaros, a la naturaleza, platicaba con ellos, cantaba con ellos, también los hizo sus compañeros.
Flora era mi nana y se fue haciendo mi madre. De ella aprendí mucho sin que me llenara de palabras, y así una tarde se fue, sin decir…nada.
Yo preguntaba – ¿y mi nana?
-Ya no está, se fue-.
Como ella, me quedé callada, el silencio se hizo vacío.
Recuerdo dos años después me regaló una visita, cuando enfermé, llegando del hospital ahí estaba Nana Flora que me regaló unos días de sus cuidados. Desde ese día supe que ella era parte de mi vida y comenzaron los viajes para su hogar.
Mujer humilde, era un gran mujer en su familia y comunidad, le tenían un gran respeto los que le rodeaban, y aprendí a escuchar su sabiduría. Hubo muchos silencios, pero estar con ella viendo como molía los tomates y los chiles en su molcajete, me hablaba de todo.
Siempre que llegaba a su casa lo primero que hacía era poner su gran tina de metal al sol para calentar el agua, me bañaba, no importaba que ya fuera crecida, ella lo hacía como parte de un ritual en donde con sus fuertes manos me quisieran limpiar del mundo del que venía.
Cada vez que fui madre, llevaba a mis hijos a su casa, era tan feliz, como le daban felicidad los niños… y los bañaba.
Una vez le pregunte - ¿Nana por qué no me trajiste contigo cuando te fuiste de casa? Y muy seria me contestó – y por qué lo debería de hacer si tú no eres mi hija; Aunque me presentaba ante su gente como tal.
Ella no le tenía miedo a nada, se reía cuando las personas manifestaban sus temores. En una ocasión llegué con mi primer niño después de que estuvo gravemente enfermo y le dije que mi niño se pudo haber muerto, ella me contesto. - Pues no temas de la muerte, porque ella te da el paso a la verdadera vida, no derrames ni una lágrima, hay que aprender que lo que se nos da, se nos quita-.
Entonces no entendía lo que me decía, muchas cosas las he ido entendiendo en este caminar.
Mujer de gran fortaleza, la vida me dio la oportunidad de regresarle un poco de los cuidados que me dio desde que nací, cuando ella enfermo.
Llegué, me vio con su carita enferma y solo me dijo.- ¡Qué andas haciendo aquí muchacha! - Vine a cuidarte nanita-
-¡Estás loca ¡- No nana, no lo estoy… y la bañé.
Estaba con neumonía a sus 96 años de edad, pero lucida como ella sola.
Siempre hablaba del Señor, en cualquier momento lo alababa, trabajaba, y lo alababa, esa era su vida. Aún en su enfermedad, en sus sueños me decía:
-Sueño que corro en un campo extenso y voy cante y cante- No había queja.
Ya no pude seguir con las visitas a Flora, pero siempre hablábamos por teléfono, aunque ya no oyera casi nada, nosotros hablábamos.
Un día a sus 100 años se fue Flora, llegué a su velatorio lleno de cantos por su familia, como ha ella le gustaba, se canto de día, se canto de noche. Le dije Nana, estoy aquí, gracias por tu amor de madre y tus enseñanzas. Recuerdo que en el entierro, estaban ya esperando todos los niños de su familia, muchos que ella arrullo en sus brazos; decían: ¡Queremos ver a Flora!, queriéndose despedir de ella y después entre canto y canto los niños deshojaban flores, contentos sobre la tierra. La nana Flora se fue con alegría, llena de paz y amor.
¡Nana, por donde andes, feliz día de las madres!
Queoquina.