Los hijos aunque hayan pasado un tiempo en las
entrañas de la madre, no son de uno, como dice una buena amiga: “Son hijos de
la vida”.
A veces vendrán y se posarán como ave en la ventana por breve tiempo y partirán al encuentro de sus propias experiencias.
No esperes que sus sentidos estén abiertos a tus
enseñanzas y cuando caigan en su vuelo, si te lo permiten, levántalos y échalos
a volar tan lejos como te sea posible.
Si alguna vez regresan con un retoño no te enmieles
con él que también son hijos de la
vida que partirán en su momento como lo
hicieron sus padres, como lo hiciste tú.
Es difícil dejar de identificarse como madre por el
recuerdo de lo que se formo en tu vientre, pero es solo eso, un recuerdo, una
forma más de esta vida, un conducto para el ser que llega a vivir sus propias experiencias, un ser tan
ajeno a la madre.
Recuerdo un pasaje del
Maestro Jesús cuando le avisaron que su madre y hermanos lo buscaban y Él
contestó:
¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que
estaban sentados en corro a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis
hermanos.
Es decir, acontecerá
para los hijos lo que la vida con certeza tiene para cada uno de ellos y con
esa misma certeza se ha de confiar en ello aunque nos duela o no nos guste.
Diluir el apego y
aprender a entregarlos a la universalidad del Sí mismo es el mejor regalo para
ellos, diciembre es un mes en el que los hijos se posan en la ventana, hay que
aprender a mantener la ventana abierta para su partida.
Queoquina.
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